Capítulo I: Recuerdos de primavera; un encuentro misterioso.
“Oye tú, ladrona. Deja de andar bailando y tarareando tan feliz por aquí” –le dijo uno de los niños.
“Pero, ¿por qué no puedo?” –replicó ella con un tono triste.
“Porque tú no perteneces a este pueblo. ¿Acaso no te haz mirado?” –le respondió otro niño.
“¿Qué tengo de malo?” –dijo ella casi llorando.
“Mira tu piel, no eres como nosotros y todo es por ser hija de una mugrosa ladrona del oeste” –respondió un tercer niño.
“¿Quién eres tú?” –dijo uno de los niños, sorprendido.
“Por las ropas que viste debe ser del bosque” –dijo otro de los niños mirando el típico traje verde que caracteriza a los Kokiri.
“No importa de dónde sea si está del lado de esa ladrona” –dijo enfurecido otro niño.
Después de decir esto, los niños empezaron a lanzarle piedras a los dos. Sin embargo, Link sacó su escudo Hylian y evadió las piedras. Luego desenfundó su espada para espantar a los niños. Al ver la espada, los niños corrieron asustados.
“Sí. Muchas gracias por salvarme de ellos” –le respondió la niña.
Link podía comprender por lo que estaba pasando aquella niña. A su mente vinieron los recuerdos de cuando los otros Kokiri lo molestaban por no tener un hada.
“Ellos siempre me están fastidiando, porque soy hija de una Gerudo. Aquí en el pueblo de Hyrule, las Gerudo tienen fama de ser ladronas. Es por eso que me tratan tan mal. ¡Oh, pero qué descortés he sido! Mi nombre es Canice y ¿el tuyo?” –le dijo la niña a Link.
“Link” –le respondió nuestro héroe.
“Es un gusto conocerte, Link” –dijo Canice.
Link observó atentamente a Canice y pudo ver características de una Gerudo en ella, como el color de la piel. Pero tenía otra mirada, ojos verdes, cabello azabache y para sorpresa de Link, un par de orejas puntiagudas.
“Debes estar preguntándote el por qué de mis orejas. Es porque mi padre es un Hylian. Vivo con él, porque la vida es más segura acá que en el desierto. Debes en cuando mi madre nos viene a visitar” –dijo Canice, respondiendo las dudas que rondaban la mente de Link. Luego la niña se sacó un colgante que llevaba y se lo dio a Link.
“Este colgante me lo dio mi padre cuando era pequeña. Es una reliquia familiar. Quiero que tú lo conserves. Considéralo como una muestra de agradecimiento por ser mi héroe antes” –le dijo Canice algo ruborizada.
Link le brindó una sonrisa y se preparó para marcharse.
“¿Ya te vas?” –le preguntó Canice a Link.
“Sí, debo seguir con la búsqueda de mi amiga perdida” –replicó Link
“Ya veo. Espero que la encuentres muy pronto” –le dijo Canice.
Link emprendió el regreso a su hogar, haciendo una señal de despedida a Canice.
“Muchas gracias por todo, Link” –le gritó Canice mientras Link se marchaba.
En ese preciso momento, el viento comenzó a soplar con más intensidad y los pétalos de las flores se esparcieron por el aire, así como su aroma. Link casi no se divisaba en el paisaje y Canice se decía a sí misma que nunca olvidaría al primer hombre que no la juzgó por su apariencia, sino que la aceptó como a una semejante.
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